La Mujer y la Sangre

“Si las mujeres están en peligro, es justamente porque los hombres las consideran peligrosas” – Françoise Heritier.

Si prestamos la suficiente atención, la sangre perdida de las mujeres resulta ser un gran indicador para revelar nuestra situación en la sociedad en la que habitamos. Solo tenemos que identificar el tipo de sangre que miramos y escuchar su historia.

Esta historia de nuestra sangre, la de las mujeres, empieza siempre enfrentándose a la misma dicotomía: la de puro-impuro. O, mejor dicho, la de pura-impura.

Uno de los tipos de esta sangre perdida es la menstruación. A pesar de ser un proceso fisiológico la menstruación viene acompañada de una fuerte carga sociocultural. Cada cultura tiene una forma particular de tratar a la regla, pero lo curioso es que todas las poblaciones tienen un punto en común: la menstruación convierte a las mujeres en impuras y, además, es tabú [SÍ, A PESAR DE QUE LA MITAD DE LA POBLACIÓN[1] DURANTE, AL MENOS, TREINTA AÑOS DE SU VIDA TIENE LA REGLA, SIGUE SIENDO TABÚ].

Considerar a las mujeres y las niñas “impuras” implica que, para esa sociedad, su estado pone en peligro los intereses de la comunidad y, por tanto, convierte a estas mujeres y niñas en PELIGROSAS mientras están menstruando. Este estigma se utiliza entonces para discriminar y vulnerar derechos humanos y viene acompañado de un variopinto número de prácticas, prohibiciones y supersticiones que dificultan la vida de estas mujeres y niñas hasta la extenuación.

En algunas comunidades del oeste de Nepal, se sigue practicando el chapaudi o aislamiento para menstruar [CHOZAS MENSTRUALES]; En muchas zonas de Afganistán se cree que lavarse la zona vaginal durante la menstruación puede causar infertilidad; Los samo de Burkina Faso creen que el mejunje de veneno utilizado para impregnar las flechas se echa a perder si una mujer con la regla pasa cerca de la mezcla; En India se cree que una mujer con la regla puede agriar la comida; En Bolivia existe una creencia popular que dicta que la sangre menstrual no puede mezclarse con otros residuos, si se mezcla, puede provocar enfermedades o incluso cáncer a toda la comunidad; En Japón apenas hay mujeres itamae [SHUSHI CHEFS] porque creen que debido al ciclo menstrual las mujeres tienen el gusto desequilibrado; En muchos países de Europa, se cree o se creía que las menstruaciones impiden que los alimentos coagulen, como la mayonesa; En muchos lugares, las mujeres con la regla tampoco pueden entrar en los templos religiosos [POR ESO DE IMPURAS]. Y un largo etcétera[2].

Desde luego hay discriminaciones más salvajes que otras, pero todos estos ejemplos reflejan la profunda falta de conocimiento acerca de la regla, lo que puede llegar a provocar problemas de salud en unas niñas que no saben enfrentarse a la menstruación. A las que encierran, les prohíben la higiene y discriminan durante, al menos, treinta años de su vida. Además [YOUR ATENTION PLEASE], en muchos países, la falta de baños adecuados en las escuelas [Y AQUÍ NO ME REFIERO SOLO A LA HIGIENE, SINO A QUE UNA NIÑA PUEDA BAJARSE LAS BRAGAS, LIMPIARSE Y CAMBIARSE CON LA SEGURIDAD DE QUE NINGÚN HOMBRE LA VA A ESTAR MIRANDO O ACOSANDO] y los precios prohibitivos de las compresas desechables, o la falta de materiales para fabricarlas de forma casera, obliga a las niñas a quedarse en casa cuando tienen la regla, lo que muchas veces conduce al abandono escolar y el daño que esto produce en su futuro. 

A estas complicaciones, ya de por sí muy graves, hay que sumarle la flagrante falta de normalización [POR ESO DE SER TABÚ] de la regla. Tampoco se libra Occidente. Se puede comprobar fácilmente por el uso de eufemismos. “Estar en esos días”, “problema de mujeres”, “mi amiga comunista” son algunos ejemplos de eufemismo menstrual. También, los anuncios de televisión nos muestran que las compresas, tampones y salvaslip absorben muy bien una especie de líquido azul que huele a nubes [CLAVAO], poniendo nuestra sangre al nivel de desechos como el pis y las heces [JUM…]. Porque no es la sangre en sí lo que molesta, a nadie le ofende que la sangre salpique en todas las direcciones y a chorro limpio en películas como Kill Bill, sino la sangre de las mujeres. Según la antropóloga Noemí Villaverde, nuestra sociedad no lleva bien «los adentros»: “lo que antes se veía como algo natural, defecar u orinar, fue cambiando a partir de la invención de las normas de pudor y discreción y a la menstruación, al ser solo un asunto de mujeres, es muy fácil insertarlo en el lugar de lo sucio/salvaje/incivilizado frente a lo civilizado/normativo/objetivo de los hombres, que es como entendemos el binomio hombre/mujer en nuestra sociedad” [VOILÀ].

Esta falta de normalización, aparentemente inofensiva, ayuda a perpetuar el tabú. Ese tabú que te enseña que la regla es algo degradante [EQUIPARACIÓN CON HECES], de lo que las mujeres deben avergonzarse y que tienen que esconder a los demás. Ese algo que aparece regularmente en forma de sangre IMPURA.

Negar a las mujeres y niñas el derecho a llevar una vida normal mientras están menstruando es atentar contra su libertad [Y PUNTO]. La experiencia de menstruar debería poder llevarse a cabo con dignidad y seguridad.    

Entonces, la sangre menstrual nos convierte en “impuras” unos días al mes, pero, y antes de que nos llegue el periodo ¿qué somos? En muchos lugares del mundo, aún hoy, las niñas se consideran “impuras” desde su nacimiento, por ello, a una edad temprana, se las somete a un rito específico de “purificación”: la mutilación genital femenina.

La ablación femenina comprende la escisión parcial o total de los genitales externos femeninos. Esta práctica se encuentra extendida, principalmente, entre las sociedades del noreste del continente africano desde Egipto hasta el cuerno de África [EXCEPTO ETIOPÍA], aunque en sus distintas variantes también se practica en países como Nigeria, Togo o Senegal. La versión más salvaje de esta operación es la infibulación[3], practicada sobre todo en Sudán. Consiste en la escisión total del clítoris, los dos labios mayores externos y los dos labios menores internos. Al coser la herida, se aprovecha para estrechar la apertura de la vagina y se deja el agujero justo para poder menstruar y orinar. Nawal El Saadawi, doctora en medicina y renombrada activista por los derechos de las mujeres en Egipto, cuenta que “como resultado de todo ello [infibulación], en la noche de bodas, para que el órgano masculino pueda introducirse en la vagina, es necesario ensanchar la apertura externa cortando uno de sus extremos o los dos con un escarpelo afilado o con una navaja. Si la mujer se divorcia, se le vuelve a estrechar la apertura externa para que no pueda mantener relaciones sexuales. Si se vuelve a casar, se repite de nuevo el proceso de ensanchamiento.”.

El propósito de someter a las niñas a la ablación es el de limpiarlas y purificarlas. De hecho, en Sudán a la circuncisión se le llama tahûr, que quiere decir “limpieza y purificación” y el calor y el dolor también están asociados a la purificación. La “necesidad” de purificar a las niñas surge de la asunción de la “naturaleza” hipersexual de las mujeres y la sospecha de su mala conducta. La ablación es, entonces, una forma de controlar su sexualidad y, de paso, proteger su virginidad, y en consecuencia su honor, cuando haya alcanzado la “peligrosa edad” de la pubertad. De esta forma cobra sentido la frase de la antropóloga Rose O. Hayes: “En Sudán, las vírgenes no nacen, se hacen”.

¿Y en este ritual qué es lo que se derrama?: pues SANGRE.

Nawal El Saadawi, quien su sufrió en sus propias carnes la escisión de clítoris, denuncia que, con frecuencia, las niñas sufren hemorragias salvajes después de la escisión y no se las hospitaliza, lo que muchas veces suele acabar con su vida. Aparte de hemorragias graves, la mutilación genital femenina, aunque se lleve a cabo en condiciones medicalizadas, provoca daños directos en la salud de las niñas como incontinencia urinaria severa, inflamación de los uréteres, infecciones, tétanos o hepatitis, entre otros, a lo que se suma la pérdida completa del órgano sexual femenino, el clítoris. Y ni hablamos ya de la conmoción psicológica que sufre la niña, si sobrevive, durante el proceso de ablación y que la dejará marcada para el resto de su vida y cuya consecuencia más notoria será la frigidez sexual.

La ONU calcula que el número de mujeres vivas que ha sufrido la ablación se sitúa alrededor de los 200 millones en todo el mundo. La mutilación genital femenina es una violación de los derechos humanos de las mujeres y las niñas y una forma extrema de discriminación [POR SI NO HA QUEDADO CLARO].

Vale. Entonces, nacemos impuras, nos mutilan y derraman nuestra sangre, a veces hasta la muerte, para purificarnos [SANGRE PURA] pero solo hasta que empezamos a menstruar, lo cual nos convierte en impuras una vez al mes debido a nuestra sangre menstrual [IMPURA]. ¿Y que pasa desde que se nos practica la ablación hasta que nos viene el periodo? ¿Nos mantenemos “puras” hasta entonces? Pues depende. Aquí es donde entra en juego LA VIRGINIDAD.

La virginidad [SON LOS PADRES, ADEMÁS, CASI LITERALMENTE] es una construcción social ligada a los conceptos de dignidad, honor familiar y decencia de las mujeres. Para entender la seriedad del asunto, la virginidad todavía es considerada un patrimonio del grupo social en muchos lugares, una propiedad intangible que guarda el honor familiar [THIS IS SERIOUS]. Un bien que debe ser transferido intacto de un linaje a otro.

La sangre perdida en las escisiones de clítoris está directamente ligada a mantener este estado de virginidad. Esta sangre derramada y sus secuelas intentan preservar a las mujeres de derramar otra sangre, la de la rotura del himen. Porque perder la virginidad, con el consecuente [Y DEMANDADO] sangrado, solo está permitido en un momento exacto: la noche de bodas.

No solo las ideas de honor, dignidad y decencia están ligadas a la virginidad, sino que aquí también está muy presente [NUESTRA GRAN AMIGA] la dicotomía pura-impura.

Porque una mujer mantiene su pureza [¿Y ESTO QUÉLO QUE EH?] si se mantiene virgen hasta el matrimonio [CADA VEZ QUE PIENSO EN ESTO LLORO DE RISA CON EL FREGAO DE LA VIRGEN MARÍA Y EL ESPÍRITU SANTO. JAJAJA. ES TOP. SEÑOR, NO ME LANCES UN RAYO] Así pues, debido a los valores que rodean al concepto de virginidad las niñas sufren a lo largo de su vida toda una colección de diferentes desgracias.  

La virginidad no consiste en mantener el himen intacto [¿AH NO?], sino más bien en sangrar en la noche de bodas y [LAST BUT NOT LEAST] dejar pruebas de ello. La sangre da un paso más y se convierte en símbolo [¡NUESTRA BFF SE HA METAMORFOSEADO!].

De nuevo, Nawal El Saadawi cuenta que, si en la noche de bodas no hay sangrado, la mujer se expone a ser castigada con la muerte, a ser humillada moralmente o a que su marido se divorcie de ella. De hecho, según recuerda El Saadawi, hay un dicho árabe que reza que la vergüenza familiar solo podrá “lavarse en sangre”.

Pero hay más. Nawal El Saadawi cuenta que, si la mujer no consigue sangrar por causa de la penetración, el marido debe llevar a cabo la “desfloración” con el dedo: “[…] Así se explica lo que pasó una fría noche de invierno en que me trajeron a la clínica a una joven que sangraba profusamente por entre los muslos. El dedo de su marido le había perforado la pared de la vagina hasta la vejiga urinaria.”. También narra que, en muchos pueblos de Egipto, la ceremonia ritual en honor a la virginidad la realiza la figura de la daya, una mujer que se gana la vida desgarrando el himen con “una uña larga y sucia” y, a veces, también llegando a atravesar la pared de la vagina para conseguir un sangrado más profuso. Con esta sangre se impregna una tela blanca que se entrega al padre de la novia para que este, en ese momento, la enseñe a sus familiares, siendo así testigos de que el honor de la familia está intacto [UN RITUAL MUY SIMILAR A LA PRUEBA DEL PAÑUELO QUE, AL MENOS EN ESPAÑA, SIGUE PRACTICANDO LA ETNIA GITANA. Y QUE SE HA LLEGADO A TELEVISAR. QUIZÁ A PARITR DE AHORA PODEMOS SER MÁS CONSCIENTES DE LO QUE ESTAMOS MIRANDO Y LO QUE SUPONE PARA LAS MUJERES TODO ESTE TINGLADO].   

Pero hay todavía más. Si una chica pierde la virginidad a causa de una violación pueden pasar varias cosas. Que la violación se silencie para no poner en peligro el honor familiar y, por tanto, que el agresor quede libre; Que el propio violador mate a la mujer que él mismo ha violado, erigiéndose así como el protector de la familia [LAVAR CON SANGRE…]; O, si el violador no es un familiar, que se acuerde un matrimonio “reparador” en el cual la víctima se casa con su violador.  

Y más aún. Muchas niñas en diferentes sociedades se exponen durante su infancia a diferentes tipos de agresiones sexuales. Estas niñas, al crecer, quedan condenadas a la deshonra, en el mejor de los casos, o a la muerte, en el peor, si no sangran la noche de bodas, ya que su familia y su marido deducirán que no es virgen.

En definitiva, la virginidad es un concepto especialmente sangriento. Le precede la sangre de la mutilación genital femenina, le sigue el sangrado mandatorio de la noche de bodas y, en ausencia de este, termina con un crimen para lavar el honor con más sangre [SIMPLIFICANDO MUCHO]. ¿Y cuál es el coste para mantenerla? Un control y represión extrema de la sexualidad de la mujer, con toda la discriminación e injusticia que eso conlleva.   

En realidad, hay más sangre que concierne a las mujeres de la que podría hablar y que también serviría como indicador de nuestra situación en la sociedad. Esta es la sangre derramada a causa de los abortos ilegales o los partos mal atendidos. Pero he decidido descartarlos del post por no tener una relación directa con las categorías de puro-impuro. Eso no quiere decir que estos temas sean menos importantes [QUE LO SON], sino que, de hecho, voy a dedicarles un post aparte [STAY TUNED!].

Total, ser considerada impura o no está directamente relacionado con nuestra sangre perdida. Una sangre con una fuerte carga simbólica y cultural que nos indica cuál es nuestro lugar en la sociedad. Además, al ser consideradas impuras en algunos momentos y circunstancias nos convierte en peligrosas, lo cual nos pone en peligro [FÍSICO Y SOCIAL]. De ahí la frase de Françoise Heritier con la que he abierto el post.

No quiero terminar este post sin antes comentar algo que creo muy importante. Es muy fácil caer en el etnocentrismo cuando condenamos tradiciones y costumbres de otras poblaciones. En estos casos habría que tener en cuenta al relativismo cultural[4] y conocer qué dicen los antropólogos al respecto, en este caso particular, qué dicen las antropólogas feministas, ya que los debates modernos en Occidente sobre las prácticas que he ido comentando aquí ha provocado un uso manipulador y contradictorio de los conceptos de “cultura”, “tradición” y “costumbre”.

Por un lado, si recurrimos al relativismo cultural en un intento de contrarrestar el racismo encastrado en gran parte del rechazo internacional contra estas prácticas, lo que conseguimos en minar el esfuerzo de las mujeres de estas poblaciones que están luchando por cambiar estas prácticas, dejándolas expuestas a la acusación de que son ellas las que están denigrando sus propias “tradiciones” y por tanto perdiendo autenticidad cultural. Por otro lado, al usar una noción no crítica de “cultura”, estamos creando el mismo sentido de diferencia, de extrañamiento respecto a las vidas y los mundos de otros, que también se está generando en los escritos flagrantemente etnocéntricos que se oponen a estas prácticas.  

En definitiva, el diálogo acerca del sexismo, misoginia y las dinámicas de poder a las que están sometidas las mujeres hoy es global. Pero los movimientos feministas Occidentales debemos entender que nuestro proteccionismo no es demandado, que en muchos lugares el feminismo Occidental no sirve y que los modelos importados para alcanzar la igualdad no funcionan. Cada sociedad deberá seguir un camino diferente para alcanzar los plenos derechos de las mujeres y nosotras, las feministas occidentales, comprenderlas y apoyarlas.

Un relativismo cultural 2.0.     

Y termino con Nawal El Sadaawi “Ya no podemos cerrar los ojos ante el hecho de que la discriminación de la mujer y su atraso relativo conducen al retraso general de la sociedad”.

Bibliografía:

Nawal El Saadawi. 2017. La cara oculta de Eva. La mujer en los países árabes. Editorial Kailas.

Honorio Velasco y Sara Sama. 2019. Cuerpo y Espacio. Símbolos y metáforas, representación y expresividad en las culturas. Editorial universitaria Ramón Areces.

Rania Abouzeid. 2019. Alzan la voz, toman el control, cambian destinos, modelan el futuro. National Geographic España.

OMS. 2020. Mutilación genital femenina. Datos y cifras.


[1] Según ONU Mujeres 1800 millones de mujeres nos encontramos hoy en edad de menstruar.

[2] Alguna de estas supersticiones ya las encontrábamos en la primera enciclopedia latina (73 d. C):

“El contacto con [la sangre menstrual] agria el vino fresco, los cultivos que entran en contacto con ella se vuelven estériles, los injertos mueren, las semillas se secan en los jardines, los frutos se caen de los árboles, el acero se desafila y el brillo del marfil se opaca, las colmenas de abejas mueren y un hedor espantoso enrarece el aire. Al probarla, los perros enloquecen y su mordida transmite un veneno incurable.” [¿ALGO MÁS, SEÑOR?].

[3] La infibulación es un término tomado de los Romanos que en ocasiones emplearon fíbulas para coser los genitales externos de las esclavas.

[4] El relativismo cultural es una corriente de pensamiento que postula la idea de que cada cultura debe entenderse dentro de sus propios términos y subraya la imposibilidad de establecer un punto de vista único y universal en la interpretación de las culturas.

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