“He comprobado que hasta las mentes masculinas más avanzadas se suelen volver obtusas cuando empiezan a hablar de mujeres. Hay algo en el género como tema que atonta a los intelectos” [Mari Ruti, The Age of Scientific Sexism].
Antes de comenzar a analizar qué interrelación existe entre “mujer” y “ciencia”, creo que es fundamental definir qué es la ciencia y conocer qué la diferencia del resto de ámbitos de los quehaceres humanos. Para ello, me voy a basar en la maravillosa síntesis que hizo [MI QUERIDA] Inés Abalo en su charla Cerebros sexuados.
La ciencia es uno de los múltiples tipos de conocimiento creados por el ser humano a lo largo de la historia, como pueden ser también la filosofía o la política. Busca explicar, investigar e interpretar los principios y causas de los fenómenos naturales, y su interrelación, mediante la observación y la experimentación controladas. Pero lo que realmente la distingue del resto de ámbitos es la metodología específica que utiliza para la producción de conocimiento: el método científico. Esto hace que goce de un estatus social privilegiado entre el resto de saberes humanos [DICHO DE OTRO MODO: THE F*****G QUEEN].
La ciencia está dotada de una serie de características principales que se deben cumplir de forma simultánea.
Primero, es empírica, para entender los fenómenos naturales hay que basarse en los datos observables de esos fenómenos. El empirismo como contraposición al racionalismo.
Segundo, es objetiva, es decir, que si eliminas o reemplazas al sujeto que realiza el experimento el fenómeno sigue estando ahí, va a producirse igualmente. Por ejemplo, el agua va a congelarse independientemente de quién meta el recipiente de los cubitos en el congelador. Objetivo como contraposición a subjetivo.
Tercero, es reproducible y replicable [Y ESTO ES CRUCIAL], es decir, un determinado experimento debe tener la capacidad de ser repetido en cualquier lugar y por cualquier persona y obtener los mismos resultados. Si cierto número de científicos independientes llegan a las mismas conclusiones basándose en estudios diferentes, los resultados son más fiables. Según Melissa Hines, neurocientífica en la Universidad de Cambridge, gran cantidad de estudios, incluidos los más difundidos por la prensa, nunca han sido replicados y probablemente son falsos.
Y, por último, es escéptica. La clave es que todo científico tiene que mantener siempre una actitud escéptica ante los experimentos que se realizan. Porque, precisamente, aunque la ciencia sea objetiva, no dejan de hacerla sujetos. Los sujetos pueden estar sesgados y cometer errores. El escepticismo de la comunidad científica es el que asegura la objetividad de la ciencia[1].
Dicho esto, podríamos creer que la ciencia nos ofrece una historia libre de prejuicios y confiar en que los científicos nos proporcionen datos objetivos. Sin embargo, la ciencia no ha sabido librarnos de los estereotipos de género e incluso, en algunas ocasiones, ha servido para alimentar los peligrosos mitos creados alrededor de las mujeres.
Entonces, ¿cuál es nuestra historia con la ciencia?
Desde sus inicios, la ciencia ha considerado que las mujeres son intelectualmente inferiores a los hombres [NO SURPRISES HERE]. No ha quedado palo sin tocar en la búsqueda científica de las razones que expliquen las diferencias entre hombres y mujeres. O, mejor dicho, no ha quedado palo sin tocar en la búsqueda de demostrar científicamente nuestra inferioridad. Hay que prestar una especial atención a la perversión de este [DETERMINISMO BIOLÓGICO TRASNOCHADO] argumentario, porque si la causa de nuestra desigualdad se encuentra en la diferencia biológica, es que estamos predestinadas a ser las mediocres de la raza humana [HASTA QUE EL SOL ABSORBA AL PLANETA TIERRA] y no hay nada que hacer [LO SIENTO CHICA, LO DICE LA CIENCIA. ÉCHALE LA CULPA A DIOS].
En resumidas cuentas, es el crimen perfecto del statu quo. [CHICA, ERES MEDIO LELA C-I-E-N-T-Í-F-I-C-A-M-E-N-T-E C-O-M-P-R-O-B-A-D-O. QUITA QUE YA GOBIERNO YO EL MUNDO. JOJOJO].
Allá por 1929, Virginia Woolf, en Una habitación propia, ya describía de una manera cómica y brillante su indignación ante este tipo de tesis:
“[…] Pero mientras meditaba, había ido haciendo en mi apatía, mi desesperación, un dibujo […]. Había dibujado una cara, una silueta. Era la cara del Profesor Von X entretenido en escribir su obra monumental […]. No era, en mi dibujo, un hombre que hubiera atraído a las mujeres. […] el profesor aparecía en mi dibujo muy encolerizado y muy feo, ocupado en escribir su gran obra. […] La cólera me había arrebatado el lápiz mientras soñaba. Pero ¿qué hacía allí la cólera? […] Me indicaba sin lugar a dudas el libro exacto, la frase exacta que había hostigado al demonio: era la afirmación del profesor sobre la inferioridad mental, moral y física de las mujeres. Mi corazón había dado un brinco. Mis mejillas habían ardido. Me había ruborizado de cólera. No había nada de particularmente sorprendente en esta reacción, por tonta que fuera. A una no le gusta que le digan que es inferior por naturaleza a un hombrecito – miré al estudiante que estaba a mi lado– que respira ruidosamente, usa una corbata de nudo fijo y lleva quince días sin afeitarse. Una tiene sus locas vanidades. […] y me puse a dibujar ruedas de carro y círculos sobre la cara del encolerizado profesor, hasta que pareció un arbusto ardiendo”. [JAJAJAJAJA]
El estabishment científico ha construido una imagen distorsionada del sexo femenino y esto no debería sorprender a nadie. Ello se ha debido, principalmente, a la falta de representación de las mujeres en la ciencia moderna, básicamente porque durante la mayor parte de la historia se nos ha tratado como a seres incapacitados intelectualmente y se nos ha excluido deliberadamente de ella.
La Royal Society, fundada en Londres en 1660, es una de las instituciones científicas más antiguas del mundo y no admitió a una mujer como miembro de pleno derecho hasta 1945. Hasta mediados del siglo XX, tampoco lo hicieron las prestigiosas academias científicas de París o Berlín. Fue en estas academias europeas donde nació la ciencia moderna Occidental, y, sin embargo, durante la mayor parte de su historia, dieron por sentado que debían excluir a las mujeres.
“Durante cerca de trescientos años, la única presencia femenina permanente en la Royal Society fue un esqueleto de la colección anatómica de la sociedad” (Londa Schiebinger, profesora de Historia de la Ciencia en Harvard).
Durante el siglo XIX la ciencia empieza a cobrar más importancia y se profesionaliza, con sus instituciones oficiales y títulos. Es entonces cuando a las mujeres se nos excluye definitivamente del ámbito científico. Según los médicos, la tensión mental que requería la educación superior podía sustraer energía al sistema reproductivo femenino, lo que pondría en riesgo su fertilidad [OMG].
A pesar de esto, hubo mujeres científicas y algunas tuvieron mucho éxito, pero o se las consideró intrusas, como fue el caso de Marie Curie, la primera persona en ganar dos premios Nobel, pero no pudo ingresar como miembro en la Academia Francesa de las Ciencias por ser mujer, o sufrieron el efecto Matilda. El efecto Matilda, llamado así por la activista en pro de los derechos de las mujeres Matilda Joslyn Gage, y la primera en hacerse eco de este hecho, es un fenómeno que pone de manifiesto la falta de reconocimiento de los logros de las mujeres científicas y cuyo trabajo frecuentemente se atribuye a sus colegas varones.
Es imposible esperar que este prejuicio que ha mantenido a las mujeres alejadas de la ciencia no haya afectado a la ciencia misma, tanto en el pasado como en la actualidad. Lo que ha ocurrido es que prácticamente solo hombres han estado sacando conclusiones sobre las mujeres y vuelvo a citar aquí a Virginia Woolf: “¿Por qué dice Samuel Butler: <<los hombres sensatos nunca dicen lo que piensan de las mujeres>>? Los hombres sensatos nunca hablan de otra cosa, por lo visto.” [LOL]. Esto es un asunto delicado porque, como afirma Angela Saini en su libro Inferior, “los científicos han determinado la forma en la que pensamos acerca de nuestra mente y nuestro cuerpo, y también el modo en que nos relacionamos los unos con los otros” y nos muestra múltiples ejemplos de estudios científicos androcéntricos:
Un investigador que sugiere que la humanidad ha evolucionado hasta alcanzar el presente nivel de inteligencia y creatividad gracias a los hombres[2]; Otro, que las mujeres experimentan la menopausia porque a los hombres no les gustan las mujeres maduras; Otro, que compara el comportamiento sexual de las moscas de la fruta con el comportamiento sexual de las mujeres[3]; U otro que escoge a los chimpancés, y no a los bonobos, para estudiar la organización de las sociedades prehistóricas porque encaja mejor con su esquema mental patriarcal[4].
De ahí nuestra imagen distorsionada que comentaba anteriormente.
Cuando encima estos estudios atraen la atención de los medios de comunicación, tenemos:

Todo lo que se publica, eso sí, parece que avala el mito de las grandes diferencias, aportando ese granito de arena [O LA PLAYA] a la “guerra de sexos”.
La falta de representación femenina dentro de la comunidad científica (como hemos visto tan necesaria para aplicar el escepticismo y, por tanto, alcanzar la objetividad), ha hecho que muchos de estos estudios con sesgo androcéntrico no hayan sido cuestionados y, mucho menos, replicados.
Además, la falta de mujeres científicas tiene, al menos, tres consecuencias más. Por un lado, puede influir a la hora de diseñar un experimento y que, por tanto, los resultados estén sesgados. Por otro lado, la investigación puede estar perfectamente diseñada y haber cumplido con el método de manera rigurosa y, sin embargo, que la representación femenina en la muestra del experimento sea inexistente [ES MUCHO MÁS BARATO UTILIZAR A UN SOLO SEXO EN LOS ESTUDIOS. ADIVINAD QUIÉN GANA CASI SIEMPRE]. Por ejemplo, los síntomas de infarto de miocardio están perfectamente tasados y comprobados, pero para la población masculina. Esta sintomatología, el típico dolor en el pecho, no aplica en el caso de las mujeres y ello pone en riesgo nuestra salud. O, por poner otro ejemplo, el diseño de los cinturones de seguridad de los coches, menos seguros para nosotras [EXCEPTO LOS VOLVO. QUE HAN TENIDO EN CUENTA A LOS DOS SEXOS EN SUS EXPERIMENTOS, FYI]. Por último, la carencia de científicas también influye en la selección de los ámbitos de investigación y dónde se destinan los recursos. Por ejemplo, la clara falta de investigación en enfermedades autoinmunes que, casualmente, afectan a las mujeres en unos ¾ de los casos.
Hoy en día, por suerte [O POR EL FEMINISMO Y TAL], está cambiando la forma de hacer ciencia. Cada día hay más mujeres científicas que se plantean preguntas que nunca se habían formulado antes, cuestionando cosas que se daban por sentadas. Las viejas ideas dan paso a otras nuevas cambiando el retrato distorsionado y negativo que existía de las mujeres. Las alternativas que proporcionan las mujeres científicas muestran a los seres humanos bajo una luz completamente distinta.
Sin embargo, aún queda mucho camino por recorrer.
A pesar de que el porcentaje de mujeres científicas en activo supera al de científicos en muchos países de Europa y Estados Unidos, sobre todo en materias como la biología, psicología o medicina, estas permanecen infrarrepresentadas en los puestos de dirección y las mesas de toma de decisiones, y ya ni hablamos de ámbitos como la ingeniería, física o matemáticas.
El llamado “techo de cristal”, ese que impide que las mujeres ocupen los puestos más altos de la carrera científica y empresarial pese a tener méritos y reconocimientos suficientes, realmente es una aleación de dos compuestos que lo convierte en, más bien, un “techo de acero”.
El hierro lo conformaría la llamada “doble jornada”. El eterno problema del cuidado de los hijos, que saca a las mujeres de sus empleos justo cuando sus colegas masculinos empiezan a dedicar más horas en el trabajo. Angela Saini cuenta que, en 2013, el equipo investigador del estudio Do babys matter? Gender and family in the Ivory Tower concluyó que, en Estados Unidos, las mujeres casadas que tenían hijos pequeños contaban con un 33% menos de posibilidades de conseguir empleos a tiempo completo que los padres casados que tenían niños pequeños [JUMMM]. Virginia Woolf [OTRA VEZ, LO SÉ. ES MI MENSAJE SUBLIMINAL PARA QUE LA LEÁIS POR FAVOR] ya se hizo eco del problema que suponía para las mujeres ser las responsables del cuidado de hijos y las tareas del hogar. Mientras los hombres disponían de una habitación propia donde nadie les molestara para estudiar, escribir y desarrollarse, las mujeres no tenían ni tiempo ni espacio en la casa para dedicarse a otra cosa que no fuera fregar y “limpiar mocos”. Virginia Woolf afirmaba que otro gallo hubiera cantado si las mujeres hubieran dispuesto de independencia económica y esa habitación propia. Ahora, muchas mujeres ya tienen esa independencia, pero ¿dónde está su habitación?
Otro de los problemas a los que se enfrentan las mujeres son los prejuicios de género [SIGUEN EXISTIENDO, SÍ]. En particular, un estudio realizado en la Universidad de Yale en 2012 puso en evidencia la existencia de un prejuicio negativo hacia las mujeres científicas. El estudio consistía en un proceso de selección para un puesto de estudiante de predoctorado a través de los análisis de los curriculum vitae presentados. El truco estaba en que los curriculum vitae eran iguales, con la única diferencia del nombre del candidato: mientras unos se llamaban John (63 en total), otros se llamaban Jennifer (64 restantes). La selección fue llevada a cabo por 127 profesores de diferentes universidades estadounidenses, todas ellas de ámbitos de ciencias. El estudio reveló que, a igualdad de condiciones, los profesores consideraron que era más competente el candidato llamado John, y además le ofrecían un salario superior que a la candidata llamada Jennifer [VAYA. SURPRISE, SURPRISE]. Esto ahora se conoce como el “efecto Jennifer y John” y es el carbono de nuestro “techo de acero”. [AISS, CUANTOS EFECTOS].
Es posible [SOLO POSIBLE, EH?] que todos estos datos sobre cuidado de hijos, tareas domésticas, prejuicios de género, y porque no he entrado a hablar del acoso, expliquen, al menos en parte, por qué hay tan pocas mujeres de ciencia en grandes puestos de responsabilidad.
En definitiva, la presencia de mujeres en la ciencia, tanto investigando como dirigiendo proyectos e investigaciones, se ha confirmado como necesaria para acabar con los sesgos de género que, como bien dice Francisca Puertas, conllevan a la pérdida de oportunidades y a errores cognitivos en el conocimiento, la tecnología y la innovación.
También es fundamental rescatar, construir y difundir una genealogía de mujeres científicas para que tanto adultas como niñas cuenten con referentes que les hagan creer en ellas mismas y en sus capacidades. Verse representadas es un poderoso marco simbólico para que las mujeres y niñas se crean capaces de dedicarse a las carreras STEM.
La comunidad científica solo podrá establecer un verdadero diálogo cuando la mitad de la población, las mujeres, estemos incluidas en la ciencia desde todas las perspectivas.
Por cierto, la próxima vez que un estudio os parezca sexista es quizás porque lo es.
BIBLIOGRAFÍA:
Angela Saini. 2018. Inferior. Ed. Círculo de Tiza.
Virginia Woolf. 1929. Una habitación propia. Ed. Austral (2016).
Francisca Puertas. 2015. El papel de las mujeres en la ciencia y la tecnología. Ed. Santillana.
Juan Pimentel. 2020. Fantasmas de la ciencia española. Ed. Marcial Pons.
https://www.instagram.com/tv/CGVUlheKw8K/?utm_source=ig_web_copy_link (Charla Cerebros sexuados)
https://www.yalescientific.org/2013/02/john-vs-jennifer-a-battle-of-the-sexes/ (Efecto Jennifer y John)
[1] Como muy bien señala Inés Abalo: “este escepticismo que tiene la ciencia es muy diferente al escepticismo que tienen determinados sectores de la población cuando dudan de las vacunas o el cambio climático. Esto anula la ciencia. El escepticismo de los científicos es constructivo hacia la ciencia”.
[2] Para más info. leer “La mujer recolectora”.
[3] Para más info. leer “Desmontando instintos: el sexual”
[4] Para más info. leer “¿Por qué bonobas?”