Desmontando Instintos: El Sexual

“No considero plausible, ni tan siquiera como simple conjetura, que la biología o la genética expliquen ninguna conducta humana”. Joan Manuel Cabezas López, Doctor en antropología social.

En todas las sociedades conocidas, lo hombres suelen gozar de mayor libertad sexual que las mujeres. Esto se ha venido justificando porque hay una profunda y arraigada convicción compartida sobre las necesidades sexuales de los hombres. Estas necesidades, esta pulsión sexual masculina, se describen habitualmente como instintivas e irreprimibles, embebidas en la naturaleza[1] del hombre y, por tanto, legítimas.

Sin embargo, esta legitimidad y su derecho a expresarse son elementos cuya propia existencia se le ha negado al deseo sexual femenino. La doble moral sexual permite a los hombres aquello que se les prohíbe a las mujeres.

Hoy en día ya es sabido que el comportamiento sexual en humanos se aprende y que éste no es una expresión de una esencia biológica. Incluso aceptando la existencia de ciertas tendencias derivadas de la evolución filogenética de nuestra especie, siendo los seres humanos un conjunto de biología y cultura, es la construcción sociocultural la que moldea, fomenta o inhibe las potencialidades existentes en cualquier ámbito.

Eugenia Ramírez, socióloga y antropóloga, nos cuenta que crecemos y aprendemos en entornos construidos por la actividad de nuestros antepasados, que han moldeado escenarios específicos para nuestro desarrollo, para que “hagamos de ellos el marco para nuestra propia vida-en-relación”. Cada sujeto tiene que sapientizarse nuevamente, pero no repetir toda la secuencia evolutiva que dio lugar a nuestra especie, sino desde un entorno ya evolucionado, que, en nuestro caso, es un entorno metasimbolizado.

Los humanos no somos educados en marcos o estructuras vacías. Forma y contenido no pueden separarse. Se aprende a ser social en conexión con factores ideográficos, normativos, políticos, productivos, territoriales, etc., histórica y etnográficamente concretos. Dicho de otro modo, biología y cultura son prácticamente imposibles de separar. Nuestro comportamiento de cómo establecer contacto con los demás está fuertemente marcado por las reglas, convenciones e instituciones que forman la sociedad humana.  

Sabemos que los niños cobran conciencia de su sexo entre los dos y los tres años. Entre los cuatro y los seis, los niños ya tienen un conocimiento de lo que resulta apropiado para cada género según la cultura a la que pertenecen. Esto aplicará también al aprendizaje de lo que resulta o no apropiado para cada género en cuanto a comportamiento sexual, de su libertad sexual.

Por tanto, ¿puede pensarse razonadamente que la pulsión sexual masculina es realmente un instinto? ¿O es que más bien es un privilegio masculino?

A lo largo de la historia, las diferentes sociedades han legitimado esta licitud de la pulsión masculina bajo dos formas. La primera es la socialmente civilizada. Las mujeres que terminan convertidas en esposas silenciosas, mojigatas y castas, con el único fin de traer hijos legítimos al mundo. La segunda forma no es tan civilizada. Françoise Heritier lo define como “todo cuerpo de mujer que no es apropiado, cuidado y defendido por un propietario cuyo derecho está fundado sobre la filiación y la alianza, […] pertenece potencialmente a cualquier hombre cuyo deseo sexual debe satisfacerse.” Rapto, violación, prostitución forman parte de este segunda forma para apropiarse del cuerpo de las mujeres, para uso sexual y búsqueda del placer.

Nos encontramos, pues, con diferentes categorías de mujeres divididas en madres-esposas y prostitutas y añadiría solteronas y monjas, según pertenecieran al marido, a todos los hombres, a la familia o a Dios. Dicho de otro modo, propiedad sexual y procreación vs propiedad sexual y placer y propiedad sexual a secas.

Cómo no, esta disociación es otra [FANTÁSTICA] herencia clásica. Vamos a ello.

En la antigua Grecia, tres tipos diferentes de mujeres se ocupaban del manejo de la casa: la esposa nacida en la polis, casta y fiel proveedora de hijos, recluida y aislada, fuera de la vista del público; la concubina que se ocupaba del bienestar cotidiano del cuerpo; y la hetera o prostituta que se ocupaba del placer sexual. Asimismo, en la mitología, las Ninfas representaban a esta segunda clase de mujeres, formando parte de este particular “alicatamiento” cultural. Las ninfas eran deidades femeninas que, básicamente, estaban [PULULANDO POR AHÍ] disponibles 24/7 para que los hombres tuvieran sexo con ellas.

En la antigua Roma el esquema era similar. El objetivo principal de las esposas era la concepción de hijos legítimos. Este mensaje de procreación se reflejó repetidamente en las lápidas de las esposas y madres a lo largo de la historia de Roma. Un epitafio escrito en algún momento de mediados del siglo II a.C., que conmemora a una tal Claudia, plasma a la perfección esta imagen tradicional: “Aquí está la tumba sin encanto de una mujer encantadora. […] Amó a su marido con todo su corazón. Le dio dos hijos. Uno de ellos queda sobre la tierra, el otro bajo la tierra. Era graciosa en el habla y elegante en el andar. Llevaba la casa. Hilaba la lana. Eso es todo lo que hay que decir” [OH MY GOD. O MEJOR DICHO: WTF!]. Otras conmemoraciones elogian a mujeres que habían permanecido esposas fieles a un solo marido a lo largo de sus vidas y destacan las virtudes “femeninas” de la castidad y de la fidelidad. En otras palabras, el verdadero papel de la mujer era dedicarse a su marido, procrear la siguiente generación, ser casta y fiel, ser un adorno e hilar la lana [ESTO ÚLTIMO QUE NO FALTE]. La otra cara de la moneda la componían las actrices, coristas, damas de compañía y prostitutas. Cuando a alguna mujer, enmarcada en la categoría de esposa, gozaba de una vida social y sexual más liberada, a menudo adúltera, enseguida era etiquetada como mujer peligrosa y que demostraba la necesidad de un estrecho control por parte de los hombres.   

Tras más de 2000 años, este esquema patriarcal de categorización sigue pero que muy vigente y se materializa hasta en las películas de ciencia ficción, como, por poner un ejemplo, en Blade Runner 2049. Sus figuras femeninas son [PREVISIBLES]: la buena esposa vintage y la prostituta [JAJAJA]. La amante ya ni siquiera es androide, solo es un holograma que puede conectarse y desconectarse según la necesidad del protagonista masculino. La imagen proyectada cambia de vestimenta sin cesar, con una preferencia marcada de look asiática sumisa, y una prostituta presta su cuerpo material a este holograma para que el héroe pueda tener una experiencia sexual completa [Y AQUÍ ES CUANDO A MÍ LAS PALOMITAS SE ME VAN POR OTRO LADO].

En definitiva, la estrategia [-¿DE QUIÉN? -DEL PATRIARCADO, CLARO] consiste en reprimir el deseo sexual de las mujeres de la primera categoría y utilizar como meros cuerpos a las mujeres de segunda. En ambos casos, ignorando su satisfacción y placer sexual.

Pero sigamos, la pregunta es ¿este esquema se fundamenta por una menor apetencia de placer sexual por parte de las mujeres?

Tiresias, en el famoso mito griego, afirmó que el placer femenino es tres veces mayor que el del hombre. La historia cuenta que Tiresias estaba paseando por ahí cuando se encontró con dos serpientes copulando en el camino y, entonces, decidió golpear a una de ellas con su vara, siendo esta la hembra. Como venganza la serpiente le transformó en mujer [QUÉ PUTADA]. Años más tarde, se encontró con la misma pareja de serpientes y [ABSURDAMENTE] volvió a golpear a una de ellas, y así se convirtió de nuevo en hombre [ESTE MITO NO SE LO CURRARON NADA]. Un día, Zeus y Hera estaban discutiendo sobre qué sexo sentía más placer y decidieron llamar a Tiresias, que había experimentado ambos, para que arrojara luz sobre el asunto. Tiresias afirmó que la mujer disfrutaba más que el hombre, y entonces Hera lo castigó con la ceguera, furiosa, al ver traicionado así el secreto de las mujeres [ESTE TIRESIAS QUÉ DESGRACIADITO].

Entonces, la mujer experimenta un mayor placer sexual, según Tiresias [Y LAS MEJICANAS LILIANA FELIPE Y JESUSA RODRÍGUEZ EN SU CANCIÓN EL CLÍTORIS], sin embargo, esta pulsión sexual femenina es reprimida por la sociedad y la cultura. Ahora ya en serio, para las mujeres de la primera categoría, todas las sociedades han establecido prohibiciones concernientes a la sexualidad femenina. Estas varían respecto a la cultura, religión y época. Desde el celibato y la castidad; la prohibición del sexo antes del matrimonio; la prohibición del adulterio; la represión del auto-erotismo (masturbación); la prohibición de la contracepción; de las relaciones homosexuales y un largo etc. (Podéis complementar la información leyendo el post de La Mujer Tímida y Casta).

Todavía hoy, en numerosos países del sur de Asia y Oriente Medio, los “crímenes de honor” se cobran entre 5.000 y 20.000 víctimas al año. Padre y hermanos castigan con la muerte a chicas que no obedecen las normas patriarcales de pudor femenino en su conducta o vestimenta o no aceptan un matrimonio impuesto. 

El caso es que durante siglos, en el mundo Occidental, la internalización de estos y otros códigos morales y de la culpa ha ejercido la función de control sobre el cuerpo de las mujeres. La opinión social y la exclusión de la sociedad hacen el resto.

Cuando las mujeres se saltan las restricciones tradicionales, se abre un espectro de control de la sexualidad femenina que va desde los descalificativos hasta su categorización como enfermedad mental. La ninfomanía [QUE, POR CIERTO, PROVIENE DE NINFA] es el término psiquiátrico que describe una forma de trastorno físico y mental en el que una mujer se ofrece a múltiples hombres. Es posible que, en un estado de extrema frustración y de exacerbación de la libido, la ninfomanía sea efectivamente una perturbación psiquiátrica. Pero no se me ocurre que se haya determinado una enfermedad equivalente para el caso de los hombres. En definitiva, cuando se trata de mujeres, recurrir a parejas múltiples es señal de desvergüenza o de perturbación mental, sin embargo, que los hombres recurran a la prostitución [ENTRE OTROS] es sólo señal de una higiene necesaria [BRAVO].

Además de las diversas prohibiciones y restricciones sexuales femeninas, se suma al tablero de juego el hecho de ignorar deliberadamente el deseo sexual femenino. Esto es, lo poco que se ha sabido sobre la anatomía del clítoris. Se explica, como todo en este mundo: el estudio de la sexualidad ha sido androcéntrico [TACHÁN]. El centro de atención ha sido siempre la reproducción y los problemas sexuales del hombre, esto ha provocado que, a excepción de su finalidad para la fecundación, la sexualidad, el placer y los órganos femeninos hayan sido relegados a un segundo plano. Hasta la década de los 60 el clítoris no salió del ostracismo sexual y no fue hasta 2006 cuando, Helen O’Connell, uróloga australiana, empleó por primera vez la medicina moderna para el estudio del clítoris. Sin embargo y pese a todos los esfuerzos sigue siendo demasiado invisible. El clítoris no aparece en los textos ni en la mayor parte del material dedicado a la educación sexual. ¿Por qué? Simple y llanamente, porque no forma parte del sistema reproductor de la mujer.

La misma sociedad [PATRIARCAL] que reprime y a la vez ignora el deseo sexual femenino, es la que legitima en exclusiva el deseo sexual masculino y, no solo eso, sino que lo establece en un nivel de necesidad básica espeluznante. Y esta desigualdad está interiorizada muy profundamente en todos los individuos.

Uno de los [MUCHOS] servicios que la sociedad pone a disposición del hombre para “aliviar” esta mal llamada “necesidad” es el turismo sexual. El turismo sexual forma parte de las muchas formas de usar el cuerpo de las mujeres. Se calcula, por ejemplo, que el turismo sexual afecta a 2 millones de niños al año en todo el mundo y  que estos son cada vez más pequeños a raíz del temor al sida que manifiestan los “clientes” [ABUSADORES]. La utilización de niños en el turismo sexual conlleva a menudo la mediación de agencias de viajes que facilitan el contacto con niños. Según los informes de la ONU, se sabe que el 95% de los clientes del turismo sexual son hombres y se considera que menos del 5% son mujeres. Estos hombres pueden estar casados o solteros, ser ricos o no, y de todas las edades. En cuanto a las víctimas de la explotación sexual forzosa, se conoce que más del 99% son mujeres y niñas. Esta clase de turismo esconde pobreza, esclavitud, violencia de género y tráfico de personas y, sin embargo, va en aumento.

Dicho esto, volvamos a la pregunta original: ¿puede pensarse razonadamente que la pulsión sexual masculina es realmente un instinto? ¿O es que más bien es un privilegio masculino?

Los códigos de conducta sexual han condicionado durante siglos el comportamiento sexual de hombres y mujeres, concediendo una absoluta libertad sexual a los primeros y restringiendo hasta la enfermedad a las segundas. Como hemos visto, estos códigos se heredan y son aprendidos desde la más tierna infancia. En este escenario, es prácticamente imposible dilucidar qué de instintivo, de esencia biológica, hay en este comportamiento. Lo que sí se puede decir es que el deseo sexual y su expresión ha sido y es un privilegio masculino. Privilegio que todavía se nos niega a las mujeres. Hasta que mujeres y hombres no gocemos de la misma libertad sexual, será imposible determinar qué de biológico hay en todo esto.

Hay que lograr, por medio de la educación reiterada, deshacernos de todos estos códigos y construcciones arcaicas que impiden que la mitad de la humanidad acceda a una plena libertad sexual.

Así que, chicos, malas noticias: lo del “boys will be boys” ya no cuela.

Bibliografía:

Eugenia Ramírez Goicoechea. 2011. Etnicidad, Identidad, Interculturalidad. Editorial Universitaria Ramón Areces.

Laura Morán. La curiosa (e intermitente) historia del clítoris.

ONU. Consejo de Derechos Humanos. 2012. Informe de la Relatora Especial sobre la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía, Najat Maalla M’jid.

Oficina Internacional del Trabajo y Walk Free Foundation. Estimaciones mundiales sobre la esclavitud moderna.

ECPAT International. 2016. Global study on sexual exploitation of children in travel and tourism.

Alicia H. Puleo. 2019. Claves ecofeministas. Plaza y Valdés editores.


[1] Como ya sabéis, el concepto de “naturaleza” en nuestra sociedad, explicado también en el post Mala Mujer, se entiende como un elemento presocial que no analiza la configuración ideológica que sustenta la categoría que estemos tratando y que presenta unos hechos claramente sociales como si estuvieran determinados por un sustrato biológico.

Por tanto, resulta que las necesidades sexuales “naturales” del hombre es un discurso y constructo cultural. Y esto es precisamente lo que voy a tratar de explicar en este post.

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